viernes, 16 de agosto de 2013

LA PRESIDENTE DE LA NACION TIENE SINDROME DE HUBRIS SEGÙN NELSON CASTRO

Nelson Castro recomendó a Cristina que se cuide del Síndrome Hubris.



Al cerrar la emisión de su programa "El juego limpio", el periodista Nelson Castro recomendó a la presidenta Cristina Kirchner "que se cuide del Síndrome Hubris. Es una enfermedad del poder que hace estragos".

Un pequeño resumen de este sindrome:

Fueron los griegos quienes acuñaron el término hubris, con el que designaban la falta más grande que podían cometer los héroes: creerse superior al resto de los mortales.
El hubris (palabra derivada del término heleno hibris) es el ego desmedido, la sensación de poseer dones especiales que le hacen a uno capaz de enfrentarse a los mismos dioses.





EL SÍNDROME HUBRIS: LA ENFERMEDAD DEL PODER.

Fase 1. Una persona normal se mete en política y de repente alcanza el poder o un cargo importante. Tiene un principio de duda sobre su capacidad, pero surge una legión de incondicionales que lo felicitan y empieza a pensar que está ahí por méritos propios; recibe halagos por su belleza, inteligencia y sabiduría.
Fase 2. No le dicen "qué bien lo hace", sino que "menos mal que esta allí para solucionarlo" y, entonces, entra en la idea megalomaníaca, se cree infalible e insustituible. Comienza a realizar planes estratégicos para 20 años, obras faraónicas...
Fase 3. Empiezan a padecer el llamado desarrollo paranoide. Todo el que se opone a él o a sus ideas son enemigos personales, llega a sospechar de todo el que le haga una mínima crítica y a aislarse de la sociedad. Y, así, hasta el cese o pérdida de las elecciones, donde viene el batacazo y se desarrolla un cuadro depresivo ante una situación que no comprende.
El poder no está en manos del más capaz, pero quien lo ostenta cree que sí y empieza a comportarse de forma narcisista.
El hecho de que este síndrome sea tan común en política se debe a que en otros ámbitos es más frecuente que el que esté arriba sea el más capaz, pero en política no es así, porque los ascensos van más ligados a fidelidades.

Como castigo al Hubris está la Nemesis, que devuelve a la persona a la realidad a través de un fracaso.


Sindrome de Hubris.

"El poder afecta de una manera cierta y definida a todos los que lo ejercen”, escribió Ernest Hemingway, sorprendido de que tantas personas perdieran el contacto con la realidad tras alcanzar un puesto de autoridad. Como si estuvieran incubando una enfermedad, sufrían curiosos síntomas, que iban desde la necesidad de recibir halagos hasta la sensación de sentirse elegidos para llevar a cabo una misión trascendental y acabar sintiéndose por encima del bien y del mal.
Pero si realmente el poder es una enfermedad, ¿qué agente infeccioso la causa? El hubris. Fueron los griegos quienes acuñaron este término, con el que designaban la falta más grande que podían cometer los héroes: creerse superior al resto de los mortales. El hubris (palabra derivada del término heleno hibris) es el ego desmedido, la sensación de poseer dones especiales que le hacen a uno capaz de enfrentarse a los mismos dioses.
La mitología está plagada de personajes que son víctimas de su soberbia, como Aquiles, que encolerizó a los dioses al desobedecer su prohibición de ultrajar el cadáver de Héctor; e Ícaro, quien gracias a unas alas fabricadas con plumas y cera creyó que podía volar tan alto como los dioses y llegar al Olimpo. Pero la arrogancia de ambos fue castigada. Aquiles murió a manos de Paris, el hermano de Héctor; y el sol derritió la cera de las alas de Ícaro, de modo que el altivo joven cayó al mar, en cuyas aguas desapareció para siempre. Porque tras el subidón del hubris siempre viene la némesis, que es como los griegos llamaban a la desgracia con la que los dioses castigaban la arrogancia de ciertos humanos.
El hubris era un concepto moral, pero los atenienses acabaron incorporándolo a su código legal, lo que le dio un matiz más práctico (que es el que aquí nos interesa) y lo definió, tal y como lo explicó el historiador Enrique Suárez Retuerta, como: “La violencia ebria que los poderosos ejercían contra los débiles y la arrogancia grosera de quienes ostentan el poder”.

EJEMPLOS DE SINDROME DE HUBRIN
El presidente de Ecuador José Abdalá Bucaram. Comenzó su mandato aplicando medidas sociales y volcándose en tratar de enderezar la situación económica del país. Pero conforme concretaba sus logros políticos, iba dando rienda suelta a comportamientos cada vez más extravagantes. Creó su propio programa de televisión, en el que atormentaba a los espectadores con ¡interminables sesiones de karaoke!; actuaba junto a un grupo llamado Los Iracundos, e incluso se empeñó en contratar a Diego Armando Maradona como asesor personal por un millón de dólares al año. Llegados a ese punto, la némesis era inevitable, y Bucaram fue destituido de su cargo por “incapacidad mental”.
Pero aunque el hubris se resista a subírsele a la cabeza al gobernante de turno, no pasa nada, porque ahí están los aduladores para darle el empujoncito necesario. Y es que, como escribió John Locke: “La adulación es un vicio horrendo que empobrece al que lo recibe, aunque le haga creerse un dios”.

Quizá uno de los ejemplos más claros de víctima de la manipulación de los aduladores fue Warren G. Harding, nombrado presidente de Estados Unidos en 1921. Este estadista se rodeó de una camarilla de amigotes a los que apodaron “la banda de Ohio”, con los que jugaba al póquer dos veces por semana en la Casa Blanca.
Aquellos sujetos sabían como tratar a un tipo tan maleable como Harding, ya que le dejaban ganar y alababan sus dotes de buen jugador y su temple. El resultado fue que en aquellas partidas salían a relucir algo más que full de ases y tríos de reyes, porque los jugadores conseguían arrancar del presidente concesiones, contratas y apoyos para negocios de dudosa legalidad.
Durante varios años, el presidente vivió en la más completa inopia, y cuando los primeros rumores sobre las corruptelas de sus amigos llegaron a sus oídos, reaccionó con indignación y proclamó: “Ellos jamás me traicionarían de esa manera... Mis amigos guardan mis sueños y ayudan a guiar mis pasos”. Cuando las pruebas fueron más que evidentes, Harding no fue capaz de soportar el oprobio. Dicen que quiso presentar la dimisión, pero no pudo hacerlo ya que la némesis le llegó con la forma de un infarto fatal.





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