EDUARDO LEDESMA - SEBASTIAN BRAVO - MARCOS MENDOZA
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A
monseñor Domingo Salvador Castagna le falta poco para ser el que fue.
Carece de fuerzas para recuperar su andar intenso pero le sobra gimnasia
en su lengua filosa. Castagna es el mismo de siempre pero más viejo
(tiene 83 años) y sin poder (es obispo emérito desde el 27 de septiembre
de 2007, cuando el Papa Benedicto XVI le aceptó su renuncia). “Ya no
vienen a verme los que antes venían”, dice. Se lamenta con misiles
discursivos de alto impacto, sin destinatarios explícitos pero que
siempre han tenido su acuse de recibo. Considera que “la sociedad está
enferma, sobre todo de violencia demencial” y si bien incluye a la
Iglesia entre los responsables de su sanación, apunta a los dirigentes
políticos como principales “moderadores sociales”. Cree, sin embargo,
que “no hay respuestas”. Insiste y reclama: “El que gobierna es un
ejemplo para el pueblo”. Debe serlo, al menos, pide.
Mañana se
cumplirá una década del X° Congreso Eucarístico Nacional. Se hizo en
Corrientes, participaron más de 100 mil personas y hasta estuvo el ahora
mundialmente famoso papa Francisco, entonces cardenal primado Jorge
Mario Bergoglio. El lema era “Denles ustedes de comer” y hablaban de un
pueblo “pobre y robado”.
En vísperas, El Litoral entrevistó a
Castagna en el solar histórico de la Cruz de los Milagros, su actual
residencia. “Elegí quedarme en Corrientes”, destaca orgulloso. El lugar
transmite tranquilidad y soledad, un poco por su personalidad y otro por
los artefactos quemados por los vaivenes de la tensión eléctrica.
Tampoco estaba el cura con el que suele vivir, quien se encuentra
atendiendo asuntos familiares. A él lo suele acompañar en sus misas en
el Pirayuí. De todos modos, da misa todos los días en su capilla. “Casi
siempre, solo”, detalla. En ese marco, custodiados por fotografías de
los tres últimos papas, sucedió esta charla.
¿Cómo se eligió a Corrientes como sede del Congreso Eucarístico Nacional (CEN)?
Estábamos
en una reunión donde se tenía que elegir la sede. Y había, como
candidata, una diócesis más prestigiosa, más céntrica. Pero el ahora
cardenal (Estanislao) Karlic, que era presidente del Episcopado se me
acerca y me dice: “¿Qué te parece Corrientes?
No. Le dije que
no, que estábamos saliendo de la crisis de 1999 que nos llevó a la
intervención. Estábamos saliendo de eso, y se iniciaba la primera
gestión del actual gobernador cuando se hizo el Congreso.
Le
dije: ¿Te parece? Después la organización es muy costosa. Nosotros somos
pobres. “Bueno pero eso no importa”, me dijo. “Te ayudamos todos”. Y
después en la asamblea dice: “Yo hablé con monseñor Castagna y dijo,
bueno; no me dijo que no”. Así se eligió Corrientes en 2002.
Por eso la crisis a la que aludía estaba muy reciente...
Claro,
pero además había sólo dos años de preparación para el evento, pero
bueno, la Asamblea aplaudió unánimemente y se decidió que en 2004 se
haría el Congreso en Corrientes. Digo bueno, voy a consultar. Y me
acuerdo que llamé al padre Sánchez, que era mi vicario general. “Qué
bien monseñor”, me dijo. Así que así se hizo.
¿Cuál es la conclusión que usted saca hoy, a 10 años del Congreso?
Creo
que quedó marcado Corrientes y marcado el país con ese Congreso. Fue un
Congreso que dejó una huella profunda. Me lo decían los obispos. La
gente se fue conmovida de Corrientes. Eso me lo expresaba, por ejemplo,
monseñor (Carmelo) Giaquinta. Decía: “Yo fui a muchos Congresos, pero
este me llegó al corazón”.
Fue movilizante...
Creo
que uno de los factores para que ello ocurra fue la idiosincrasia del
pueblo correntino, que es muy acogedor, muy hospitalario. Y ahí sacó
toda su capacidad.
Un pueblo que sufría mucho también de aquello que se hablaba en el Congreso: la pobreza, por ejemplo.
Claro,
había pasado una crisis muy dura y era además una realidad muy probada
para el pueblo. Recién ahora estamos con un orden más constitucional,
por ejemplo.
Pero lo interesante fue cómo recibió el pueblo a
los peregrinos, a aquellos elegidos de las diócesis para venir
oficialmente al Congreso. Después venían los que querían.
Usted
llegó a escribir que no esperaran del Congreso ninguna declaración
rimbombante, pero igual terminó ocurriendo eso. El CEN en sí mismo fue
una declaración.
Es que dejamos un mensaje, principalmente de
índole religioso. Es decir: lo importante fue que en un pueblo, en su
mayoría bautizado, cristiano, la centralidad estuvo puesta en Cristo.
Por eso elegimos el lema “Denles ustedes de comer”.
Carlos
Alonso, viceintendente de ese entonces, dijo: “Ese mensaje fue dirigido
a nosotros, a la dirigencia política, que más que decirnos “denles
ustedes de comer” nos dice “déjense de joder”.
No lo dijimos así porque si no teníamos que cambiar el logo. (Ríe a carcajadas).
Pero se hizo cargo del mensaje...
Si,
bueno. “Denles ustedes de comer”. Eso es parte de un texto bíblico. Es
el evangelio de Mateo sobre la multiplicación de los panes. Yo extraje
de ahí ese lema. Porque tiene un mensaje. Porque este pueblo estaba
hambriento de muchas cosas. De alimentos, pero también de cultura, de
salud, de todo. Un pueblo pobre es totalmente pobre. No porque no tenga
plata…
¿Es un pueblo empobrecido este?
Claro. Porque no está al alcance de sus manos los elementos para alcanzar el nivel de un pueblo desarrollado.
A 10 años, ¿cambió algo?
Yo
creo que no hemos aprendido mucho, no digo el pueblo, porque el pueblo
es una reserva, pero los políticos no aprendieron demasiado.
¿No han aprendido?
Yo
creo que no han aprendido demasiado. No sólo acá. Lo digo en todo
nivel, no sólo hablo de Corrientes. Porque ahora mismo estamos pasando
momentos críticos, muy difíciles, que no tendrían que ser así. Espero
que se produzca un cambio, digo, en el fondo, en el sentido de un
comportamiento popular que vaya renovándose para que este pueblo se vaya
poniendo de pie, que es muy importante.
Nosotros lo decíamos
mucho en el ‘99. Decíamos que el pueblo se puso de pie y está reclamando
sus derechos. Por eso la Iglesia estuvo siempre junto al pueblo en ese
sentido.
Usted jugó un rol importante en ese
momento, desde su lugar. Hoy la Iglesia argentina, en este momento
institucional, pareciera sin el mismo compromiso.
Yo creo que sí. A nivel nacional yo creo que sí. Están trabajando seriamente. Y eso que es un Episcopado nuevo.
Usted sentaba posición semanalmente con sus alocuciones.
Sí, pero desde la fe.
Esta bien, pero hacía política.
Yo siempre decía: les hablo desde la fe, desde el evangelio. Pero desde el evangelio sale todo esto, eh.
¿Usted era consciente del poder que ejercía?
El
poder apareció después. Yo me encontré con una situación concreta. La
gente me pidió que haga mis homilías y yo me comprometí con ellos.
Usted tenía una tribuna importante todos los domingos, más allá del púlpito.
Recuerdo que los diarios casi siempre me daban la tapa.
¿Usted cree que en otra diócesis la Iglesia tendría el lugar en los medios que tiene en Corrientes?
El
pueblo correntino es un pueblo religioso, por lo tanto oye a sus
pastores. Eso tenía a favor mío también, porque yo decía una palabra y
me escuchaba la gente.
¿Se arrepintió alguna vez de lo que escribió o dijo?
No. Nunca.
¿Nunca fue refutado?
Tampoco. Algunos se enojaban (ríe). Algunos habrán creído que era todo para ellos, pero yo hablo para todos.
¿En quién pensaba cuando escribía?
No
pensaba en nadie. Alguna vez contesté alguno porque dijo alguna
macanita públicamente y entonces le respondí, pero nada más (ríe).
¿Extraña eso?
Eran
momentos de expresión para mí pero de tensión, también. Ahora estoy
bien. Muy mayor. Pero si tuviera que hacerlo haría lo mismo seguramente.
Quizás con más experiencia que antes. Con Bergoglio, antes de ser Papa,
lo hablamos mucho a esto. El me llamaba cuando había alguna
manifestación que me retrucaban en algunos diarios, sobre todo en Página
12. Me llamaba y me decía: “Che, te han cascoteado”. Bueno. Yo voy a
seguir diciendo lo que pienso.
Bergoglio también tenía un rol político importante cuando estaba en Argentina. Era muy escuchado.
Claro. Por supuesto.
Aún hoy.
Y
desde allá (Roma) con más razón no, porque Dios y la Historia lo han
puesto en ese lugar tan especial. Ahora hasta la gente más enemiga no se
atreve a decir ni a. Antes decían cualquier cosa. Incluso algunos
tuvieron que callarse la boca. Ahora es un hombre internacionalmente
querido. Es querido en Roma. Estuve allí cuando fue la canonización de
los santos, Juan XXIII y Juan Pablo II. Estuve ahí y en Italia lo adoran
a Francisco. Nosotros hemos cambiado nuestra imagen en el mundo gracias
al Papa, no gracias a nuestros gobernantes.
Futuro Papa en Corrientes
Bergoglio vino al Congreso. Es decir que tuvimos acá a un futuro pontífice.
Bergoglio,
futuro papa Francisco vino y estuvo todo el tiempo acá. Los dos éramos
vicepresidentes del Episcopado, que presidía monseñor (Eduardo) Mirás.
Bergoglio era cardenal y primado de la Argentina así que dirigió algunas
jornadas. Yo presidí el famoso acto mariano, de la mañana, se acuerdan?
También vino el Nuncio Apostólico (Adriano Bernardini).
Y cómo llega el cardenal Julio Terrazas Sandoval, el enviado del Papa. ¿Ustedes lo pidieron?.
No, no. Lo envió el Papa. Era un obispo latinoamericano.
Era boliviano (el primer cardenal de ese país) y conocía la realidad y la temática del Congreso.
Claro. Además él conocía bien la Argentina porque estudió acá. Fue una decisión acertada la del Papa.
Bergoglio habló ya entonces del hambre de fe y comida.
De
todo. Y hablar en un ámbito como éste era importante y desde este
ámbito hablarle a todo el país. Es decir, religiosa y socialmente, la
atención nacional de esos días estuvo centrada en Corrientes, pese a que
no todos los medios nacionales lo reflejaron. Los de acá, claro, lo
cubrieron ampliamente.
En el Congreso se decía
que había heridas profundas y muchos interrogantes, socialmente y
seguramente en la Iglesia. ¿Esas heridas se pueden parangonar con las de
hoy?
Esas son consecuencias de heridas profundas. Estas son
manifestaciones que enferman interiormente. Entonces nosotros tenemos
que curar a la sociedad para frenar las consecuencias de una sociedad
enferma como es la delincuencia; la violencia demencial. Matan a los
ancianos, a los chicos y tantas otras cosas. También violencia familiar.
Hay que pensar mucho más en las familias. Preparar mejor a la gente
para el matrimonio. Porque la violencia es fuerte. En todo sentido,
incluso los abusos a las criaturas pequeñas. Eso significa que hay una
sociedad enferma hay que curar y ahí tenemos que intervenir todos.
La
Iglesia tiene que dar su aporte, sobre todo para los que tienen fe. Les
da recursos espirituales para superar y ennoblecer su vida. Toda la
sociedad tiene que hacerlo: los educadores, los científicos. Y por
supuesto los políticos que son los moderadores de la vida social. Si
ellos no saben moderar la violencia social, se convierten en un
problema.
¿Cómo los ve en general en esos términos, de violencia, de heridas, a la dirigencia?
Es
que no hay respuestas. No encuentran la justicia adecuada, las leyes
suficientes para contener tanta violencia. Y por ahí se pelean por cosas
que no son tan importantes y se olvidan de lo que sí importa, que es la
gente.
Se pelean por minucias y olvidan lo importante...
Claro,
porque las peleas los distraen de lo importante. Y no digamos nada si
aparecen funcionarios contaminados de corrupción. No sólo que es un
hecho contra la comunidad sino que hay que dar el ejemplo también. Yo
creo que el que gobierna es un maestro para el pueblo. Su vida debe ser
un magisterio. Tiene que serlo. La gente tiene que encontrar virtudes,
en aquellos que los gobiernan, que puedan trasladar a su vida cotidiana.
En los que ellos eligen para que los gobiernen.
En el 2004, este era un pueblo empobrecido pero también robado, según se dijo en el Congreso Eucarístico.
Empobrecido,
de lo cual no son los pobres los culpables. Si se le roba a ese pueblo
se lo empobrece. Si se le cierra el acceso a una educación adecuada, se
lo empobrece. Si se les cierran las puertas a un trabajo digno, a una
vivienda como corresponde, a una salud que cumpla con sus necesidades...
Eso corresponde a los que están al frente de la sociedad, los que
tendrían que ser los servidores de la sociedad. Estos son problemas que
no los puede solucionar la gente. Lo tienen que solucionar los
gobernantes, aquellos que están al frente de eso.
¿Mejoró algo desde entonces?
Estamos
en un momento crítico. Hay que ver lo que no va bien y buscar
soluciones. A veces ni pensamos en buscar soluciones sino en sobrevivir
al momento, pero la gente quiere soluciones. Quiere pensar, intervenir,
hacer su aporte. Hay que preparar al pueblo para que elija bien a sus
gobernantes. Hay que educar al soberano.
Es
justamente el gobernante el que tiene la obligación de hacerlo, pero
muchas veces no educa para que no se le venga encima un pueblo culto,
que reclama otras cosas.
Es lamentable que se quiera mantener
al pueblo empobrecido para mantenerlo sujeto. La libertad es el gran don
de Dios. No es un pueblo libre un pueblo que no ha tenido acceso a lo
que necesita para ser pueblo. Y las personas para ser personas. El don
de la libertad es fundamental. Y no una libertad que sea libertinaje. A
modo que se haga lo que se antoja. Florece la delincuencia de esa
manera. Es libertad para hacer lo que se debe hacer. No para que se
aproveche el egoísmo como dice el apóstol San Pablo. Al contrario, para
establecer los lazos de la fraternidad, de la solidaridad, del amor
entre las personas.
En esa misma línea, se decía en el CEN,
que no había carencia de bienes sino una carencia de generosidad. ¿Eso
es lo que no ha cambiado?
Y sí. Yo creo que los protagonistas
son los que tienen que cambiar. Porque todo el mundo dice. Argentina es
un pueblo rico pero en manos de gente no suficientemente responsable.
Por eso hay que preparar a la gente para la política, pero necesitamos
políticos honestos. En el Congreso decíamos que necesitamos políticos
honestos y capaces. Hay gente muy honesta pero que no es capaz. No hace
bien las cosas. Y hay gente capaz que es deshonesta, que hace las cosas
pésimamente mal. Hay que buscar el equilibrio.
¿No cree que se haya evolucionado algo en estos 10 años?
Siempre
hay cambios a pesar de que muchas veces obstaculizamos los cambios y
las transformaciones. Las irresponsabilidades de unos o de otros. De
abajo y de arriba. Eso obstaculiza el progreso y el desarrollo. Pero yo
no sería tan pesimista. Creo que no hay que ser tan pesimista. Yo creo
que hay reservas en el corazón de nuestro pueblo que lo haría capaz de
revertir la situación, cambiar las cosas y tomar un camino más directo
hacia la verdad.
Francisco reafirma hoy, siendo
Papa, lo que decía aquí siendo obispo. Sobre todo puertas adentro de la
Iglesia, cuando, por ejemplo en el Congreso Eucarístico, pedía a los
curas salir de sus iglesias.
Salir a la periferia. Las
periferias existenciales, lo llama él. No solamente periferias
territoriales. Hay gente que está situada en la periferia
existencialmente. Por varios motivos. Porque están excluidos, porque
sufren de la pobreza, de la injusticia, de la marginación, del olvido de
tanta gente. Hay que privilegiarlos porque son los que más sufren.
Yo
creo que el país está necesitando eso. Y de la iglesia está necesitando
que le predique un evangelio que sea un llamado a la vida, que sea una
interpelación a la vida concreta, con sus dificultades, con sus
problemas reales, que son muchos lógicamente.
Nosotros, los
eméritos, que ya estamos sin el gobierno de una diócesis, podemos
hablar. Yo sigo escribiendo mis sugerencias homiléticas (sic) y bajo ese
título voy tratando todos los temas desde el evangelio, como hacía con
mis alocuciones, pero claro, no tiene repercusión porque no estoy al
frente. Porque acá es muy importante eso. Los políticos dejaron de
venir. Antes venían todos a verme. Ahora nadie viene (ríe).
¿Y qué venían a hacer?
Y, a hablar conmigo, a consultarme, a preguntarme...
¿Desde que es obispo emérito?
No,
antes. Después ya no vinieron más. Alguno que otro, por mayor amistad
si viene. La política los enajena, ¿no? Los que pasaron, ya pasaron.
“Usted monseñor, ¿está bien?”, me dicen. Sí, yo no me fui. Sigo acá.
Todavía no me morí, digo.
¿Hay gente que usted quisiera recibir y no viene?
Hay
gente que no viene, es verdad, y podría venir. O hay gente que antes
venía y ahora no viene (ríe). Pero está bien. Es natural. Muchos me
dicen que van a venir y les digo que se apuren porque si no van a tener
que ir a la Catedral. Me preguntan si es allí donde me voy a mudar y les
digo que no, que allí es donde está mi sepultura.
¿Y cómo se lleva con eso?
Yo
tengo otras actividades. Me llaman los obispos para predicar en el
clero. Dentro de mis posibilidades voy, porque me canso más que antes.
Pero voy a los retiros espirituales que son muy importantes. Así que
viajo bastante. Ahora cuando volví de Roma me pesqué casi una neumonía
así que estuve en cuarteles de invierno. Sigo trabajando mucho.
Intelectualmente sigo muy activo. Si dejo de pensar me muero.