domingo, 31 de agosto de 2014

CHARLA A AGENDA ABIERTA CON MONSEÑOR CASTAGNA, A DIEZ AÑOS DE LA REALIZACION DEL CONGRESO EUCARISTICO NACIONAL
“Es lamentable querer tener al pueblo empobrecido para mantenerlo sujeto”
 
 
Mañana se cumple una década del último Congreso Eucarístico que tuvo lugar en Corrientes. Su organizador, el obispo emérito de Corrientes, recuerda el acontecimiento y su contexto con el mismo filo político de siempre: “Los políticos no aprendieron demasiado” desde entonces. “No digo el pueblo, porque es una reserva”, remarcó.

EDUARDO LEDESMA - SEBASTIAN BRAVO - MARCOS MENDOZA
eledesma@ellitoral.com.ar - sbravo@ellitoral.com.ar - mmendoza@ellitoral.com.ar

A monseñor Domingo Salvador Castagna le falta poco para ser el que fue. Carece de fuerzas para recuperar su andar intenso pero le sobra gimnasia en su lengua filosa. Castagna es el mismo de siempre pero más viejo (tiene 83 años) y sin poder (es obispo emérito desde el 27 de septiembre de 2007, cuando el Papa Benedicto XVI le aceptó su renuncia). “Ya no vienen a verme los que antes venían”, dice. Se lamenta con misiles discursivos de alto impacto, sin destinatarios explícitos pero que siempre han tenido su acuse de recibo. Considera que “la sociedad está enferma, sobre todo de violencia demencial” y si bien incluye a la Iglesia entre los responsables de su sanación, apunta a los dirigentes políticos como principales “moderadores sociales”. Cree, sin embargo, que “no hay respuestas”. Insiste y reclama: “El que gobierna es un ejemplo para el pueblo”. Debe serlo, al menos, pide.
Mañana se cumplirá una década del X° Congreso Eucarístico Nacional. Se hizo en Corrientes, participaron más de 100 mil personas y hasta estuvo el ahora mundialmente famoso papa Francisco, entonces cardenal primado Jorge Mario Bergoglio. El lema era “Denles ustedes de comer” y hablaban de un pueblo “pobre y robado”.
En vísperas, El Litoral entrevistó a Castagna en el solar histórico de la Cruz de los Milagros, su actual residencia. “Elegí quedarme en Corrientes”, destaca orgulloso. El lugar transmite tranquilidad y soledad, un poco por su personalidad y otro por los artefactos quemados por los vaivenes de la tensión eléctrica. Tampoco estaba el cura con el que suele vivir, quien se encuentra atendiendo asuntos familiares. A él lo suele acompañar en sus misas en el Pirayuí. De todos modos, da misa todos los días en su capilla. “Casi siempre, solo”, detalla. En ese marco, custodiados por fotografías de los tres últimos papas, sucedió esta charla.

¿Cómo se eligió a Corrientes como sede del Congreso Eucarístico Nacional (CEN)? 
Estábamos en una reunión donde se tenía que elegir la sede. Y había, como candidata, una diócesis más prestigiosa, más céntrica. Pero el ahora cardenal (Estanislao) Karlic, que era presidente del Episcopado se me acerca y me dice: “¿Qué te parece Corrientes? 
No. Le dije que no, que estábamos saliendo de la crisis de 1999 que nos llevó a la intervención. Estábamos saliendo de eso, y se iniciaba la primera gestión del actual gobernador cuando se hizo el Congreso.
Le dije: ¿Te parece? Después la organización es muy costosa. Nosotros somos pobres. “Bueno pero eso no importa”, me dijo. “Te ayudamos todos”. Y después en la asamblea dice: “Yo hablé con monseñor Castagna y dijo, bueno; no me dijo que no”. Así se eligió Corrientes en 2002.

Por eso la crisis a la que aludía estaba muy reciente...
Claro, pero además había sólo dos años de preparación para el evento, pero bueno, la Asamblea aplaudió unánimemente y se decidió que en 2004 se haría el Congreso en Corrientes. Digo bueno, voy a consultar. Y me acuerdo que llamé al padre Sánchez, que era mi vicario general. “Qué bien monseñor”, me dijo. Así que así se hizo. 

¿Cuál es la conclusión que usted saca hoy, a 10 años del Congreso?
Creo que quedó marcado Corrientes y marcado el país con ese Congreso. Fue un Congreso que dejó una huella profunda. Me lo decían los obispos. La gente se fue conmovida de Corrientes. Eso me lo expresaba, por ejemplo, monseñor (Carmelo) Giaquinta. Decía: “Yo fui a muchos Congresos, pero este me llegó al corazón”.

Fue movilizante...
Creo que uno de los factores para que ello ocurra fue la idiosincrasia del pueblo correntino, que es muy acogedor, muy hospitalario. Y ahí sacó toda su capacidad. 

Un pueblo que sufría mucho también de aquello que se hablaba en el Congreso: la pobreza, por ejemplo.
Claro, había pasado una crisis muy dura y era además una realidad muy probada para el pueblo. Recién ahora estamos con un orden más constitucional, por ejemplo.
Pero lo interesante fue cómo recibió el pueblo a los peregrinos, a aquellos elegidos de las diócesis para venir oficialmente al Congreso. Después venían los que querían.

Usted llegó a escribir que no esperaran del Congreso ninguna declaración rimbombante, pero igual terminó ocurriendo eso. El CEN en sí mismo fue una declaración.
Es que dejamos un mensaje, principalmente de índole religioso. Es decir: lo importante fue que en un pueblo, en su mayoría bautizado, cristiano, la centralidad estuvo puesta en Cristo. Por eso elegimos el lema “Denles ustedes de comer”.

Carlos Alonso, viceintendente de ese entonces, dijo: “Ese mensaje fue dirigido a nosotros, a la dirigencia política, que más que decirnos “denles ustedes de comer” nos dice “déjense de joder”.
No lo dijimos así porque si no teníamos que cambiar el logo. (Ríe a carcajadas).

Pero se hizo cargo del mensaje...
Si, bueno. “Denles ustedes de comer”. Eso es parte de un texto bíblico. Es el evangelio de Mateo sobre la multiplicación de los panes. Yo extraje de ahí ese lema. Porque tiene un mensaje. Porque este pueblo estaba hambriento de muchas cosas. De alimentos, pero también de cultura, de salud, de todo. Un pueblo pobre es totalmente pobre. No porque no tenga plata…

¿Es un pueblo empobrecido este?
Claro. Porque no está al alcance de sus manos los elementos para alcanzar el nivel de un pueblo desarrollado.

A 10 años, ¿cambió algo?
Yo creo que no hemos aprendido mucho, no digo el pueblo, porque el pueblo es una reserva, pero los políticos no aprendieron demasiado.

¿No han aprendido?
Yo creo que no han aprendido demasiado. No sólo acá. Lo digo en todo nivel, no sólo hablo de Corrientes. Porque ahora mismo estamos pasando momentos críticos, muy difíciles, que no tendrían que ser así. Espero que se produzca un cambio, digo, en el fondo, en el sentido de un comportamiento popular que vaya renovándose para que este pueblo se vaya poniendo de pie, que es muy importante.
Nosotros lo decíamos mucho en el ‘99. Decíamos que el pueblo se puso de pie y está reclamando sus derechos. Por eso la Iglesia estuvo siempre junto al pueblo en ese sentido.

Usted jugó un rol importante en ese momento, desde su lugar. Hoy la Iglesia argentina, en este momento institucional, pareciera sin el mismo compromiso. 
Yo creo que sí. A nivel nacional yo creo que sí. Están trabajando seriamente. Y eso que es un Episcopado nuevo.

Usted sentaba posición semanalmente con sus alocuciones.
Sí, pero desde la fe.

Esta bien, pero hacía política.
Yo siempre decía: les hablo desde la fe, desde el evangelio. Pero desde el evangelio sale todo esto, eh.

¿Usted era consciente del poder que ejercía?
El poder apareció después. Yo me encontré con una situación concreta. La gente me pidió que haga mis homilías y yo me comprometí con ellos.

Usted tenía una tribuna importante todos los domingos, más allá del púlpito.
Recuerdo que los diarios casi siempre me daban la tapa.

¿Usted cree que en otra diócesis la Iglesia tendría el lugar en los medios que tiene en Corrientes?
El pueblo correntino es un pueblo religioso, por lo tanto oye a sus pastores. Eso tenía a favor mío también, porque yo decía una palabra y me escuchaba la gente.

¿Se arrepintió alguna vez de lo que escribió o dijo?
No. Nunca.

¿Nunca fue refutado?
Tampoco. Algunos se enojaban (ríe). Algunos habrán creído que era todo para ellos, pero yo hablo para todos.

¿En quién pensaba cuando escribía?
No pensaba en nadie. Alguna vez contesté alguno porque dijo alguna macanita públicamente y entonces le respondí, pero nada más (ríe).

¿Extraña eso?
Eran momentos de expresión para mí pero de tensión, también. Ahora estoy bien. Muy mayor. Pero si tuviera que hacerlo haría lo mismo seguramente. Quizás con más experiencia que antes. Con Bergoglio, antes de ser Papa, lo hablamos mucho a esto. El me llamaba cuando había alguna manifestación que me retrucaban en algunos diarios, sobre todo en Página 12. Me llamaba y me decía: “Che, te han cascoteado”. Bueno. Yo voy a seguir diciendo lo que pienso.

Bergoglio también tenía un rol político importante cuando estaba en Argentina. Era muy escuchado. 
Claro. Por supuesto.

Aún hoy.
Y desde allá (Roma) con más razón no, porque Dios y la Historia lo han puesto en ese lugar tan especial. Ahora hasta la gente más enemiga no se atreve a decir ni a. Antes decían cualquier cosa. Incluso algunos tuvieron que callarse la boca. Ahora es un hombre internacionalmente querido. Es querido en Roma. Estuve allí cuando fue la canonización de los santos, Juan XXIII y Juan Pablo II. Estuve ahí y en Italia lo adoran a Francisco. Nosotros hemos cambiado nuestra imagen en el mundo gracias al Papa, no gracias a nuestros gobernantes. 

Futuro Papa en Corrientes 
Bergoglio vino al Congreso. Es decir que tuvimos acá a un futuro pontífice.
Bergoglio, futuro papa Francisco vino y estuvo todo el tiempo acá. Los dos éramos vicepresidentes del Episcopado, que presidía monseñor (Eduardo) Mirás. Bergoglio era cardenal y primado de la Argentina así que dirigió algunas jornadas. Yo presidí el famoso acto mariano, de la mañana, se acuerdan? También vino el Nuncio Apostólico (Adriano Bernardini).

Y cómo llega el cardenal Julio Terrazas Sandoval, el enviado del Papa. ¿Ustedes lo pidieron?.
No, no. Lo envió el Papa. Era un obispo latinoamericano. 

Era boliviano (el primer cardenal de ese país) y conocía la realidad y la temática del Congreso. 
Claro. Además él conocía bien la Argentina porque estudió acá. Fue una decisión acertada la del Papa.

Bergoglio habló ya entonces del hambre de fe y comida.
De todo. Y hablar en un ámbito como éste era importante y desde este ámbito hablarle a todo el país. Es decir, religiosa y socialmente, la atención nacional de esos días estuvo centrada en Corrientes, pese a que no todos los medios nacionales lo reflejaron. Los de acá, claro, lo cubrieron ampliamente.

En el Congreso se decía que había heridas profundas y muchos interrogantes, socialmente y seguramente en la Iglesia. ¿Esas heridas se pueden parangonar con las de hoy?
Esas son consecuencias de heridas profundas. Estas son manifestaciones que enferman interiormente. Entonces nosotros tenemos que curar a la sociedad para frenar las consecuencias de una sociedad enferma como es la delincuencia; la violencia demencial. Matan a los ancianos, a los chicos y tantas otras cosas. También violencia familiar. Hay que pensar mucho más en las familias. Preparar mejor a la gente para el matrimonio. Porque la violencia es fuerte. En todo sentido, incluso los abusos a las criaturas pequeñas. Eso significa que hay una sociedad enferma hay que curar y ahí tenemos que intervenir todos.
La Iglesia tiene que dar su aporte, sobre todo para los que tienen fe. Les da recursos espirituales para superar y ennoblecer su vida. Toda la sociedad tiene que hacerlo: los educadores, los científicos. Y por supuesto los políticos que son los moderadores de la vida social. Si ellos no saben moderar la violencia social, se convierten en un problema.

¿Cómo los ve en general en esos términos, de violencia, de heridas, a la dirigencia?
Es que no hay respuestas. No encuentran la justicia adecuada, las leyes suficientes para contener tanta violencia. Y por ahí se pelean por cosas que no son tan importantes y se olvidan de lo que sí importa, que es la gente.

Se pelean por minucias y olvidan lo importante...
Claro, porque las peleas los distraen de lo importante. Y no digamos nada si aparecen funcionarios contaminados de corrupción. No sólo que es un hecho contra la comunidad sino que hay que dar el ejemplo también. Yo creo que el que gobierna es un maestro para el pueblo. Su vida debe ser un magisterio. Tiene que serlo. La gente tiene que encontrar virtudes, en aquellos que los gobiernan, que puedan trasladar a su vida cotidiana. En los que ellos eligen para que los gobiernen. 

En el 2004, este era un pueblo empobrecido pero también robado, según se dijo en el Congreso Eucarístico.
Empobrecido, de lo cual no son los pobres los culpables. Si se le roba a ese pueblo se lo empobrece. Si se le cierra el acceso a una educación adecuada, se lo empobrece. Si se les cierran las puertas a un trabajo digno, a una vivienda como corresponde, a una salud que cumpla con sus necesidades... Eso corresponde a los que están al frente de la sociedad, los que tendrían que ser los servidores de la sociedad. Estos son problemas que no los puede solucionar la gente. Lo tienen que solucionar los gobernantes, aquellos que están al frente de eso.

¿Mejoró algo desde entonces?
Estamos en un momento crítico. Hay que ver lo que no va bien y buscar soluciones. A veces ni pensamos en buscar soluciones sino en sobrevivir al momento, pero la gente quiere soluciones. Quiere pensar, intervenir, hacer su aporte. Hay que preparar al pueblo para que elija bien a sus gobernantes. Hay que educar al soberano. 

Es justamente el gobernante el que tiene la obligación de hacerlo, pero muchas veces no educa para que no se le venga encima un pueblo culto, que reclama otras cosas.
Es lamentable que se quiera mantener al pueblo empobrecido para mantenerlo sujeto. La libertad es el gran don de Dios. No es un pueblo libre un pueblo que no ha tenido acceso a lo que necesita para ser pueblo. Y las personas para ser personas. El don de la libertad es fundamental. Y no una libertad que sea libertinaje. A modo que se haga lo que se antoja. Florece la delincuencia de esa manera. Es libertad para hacer lo que se debe hacer. No para que se aproveche el egoísmo como dice el apóstol San Pablo. Al contrario, para establecer los lazos de la fraternidad, de la solidaridad, del amor entre las personas.
En esa misma línea, se decía en el CEN, que no había carencia de bienes sino una carencia de generosidad. ¿Eso es lo que no ha cambiado?
Y sí. Yo creo que los protagonistas son los que tienen que cambiar. Porque todo el mundo dice. Argentina es un pueblo rico pero en manos de gente no suficientemente responsable. Por eso hay que preparar a la gente para la política, pero necesitamos políticos honestos. En el Congreso decíamos que necesitamos políticos honestos y capaces. Hay gente muy honesta pero que no es capaz. No hace bien las cosas. Y hay gente capaz que es deshonesta, que hace las cosas pésimamente mal. Hay que buscar el equilibrio.

¿No cree que se haya evolucionado algo en estos 10 años?
Siempre hay cambios a pesar de que muchas veces obstaculizamos los cambios y las transformaciones. Las irresponsabilidades de unos o de otros. De abajo y de arriba. Eso obstaculiza el progreso y el desarrollo. Pero yo no sería tan pesimista. Creo que no hay que ser tan pesimista. Yo creo que hay reservas en el corazón de nuestro pueblo que lo haría capaz de revertir la situación, cambiar las cosas y tomar un camino más directo hacia la verdad.

Francisco reafirma hoy, siendo Papa, lo que decía aquí siendo obispo. Sobre todo puertas adentro de la Iglesia, cuando, por ejemplo en el Congreso Eucarístico, pedía a los curas salir de sus iglesias.
Salir a la periferia. Las periferias existenciales, lo llama él. No solamente periferias territoriales. Hay gente que está situada en la periferia existencialmente. Por varios motivos. Porque están excluidos, porque sufren de la pobreza, de la injusticia, de la marginación, del olvido de tanta gente. Hay que privilegiarlos porque son los que más sufren.
Yo creo que el país está necesitando eso. Y de la iglesia está necesitando que le predique un evangelio que sea un llamado a la vida, que sea una interpelación a la vida concreta, con sus dificultades, con sus problemas reales, que son muchos lógicamente. 
Nosotros, los eméritos, que ya estamos sin el gobierno de una diócesis, podemos hablar. Yo sigo escribiendo mis sugerencias homiléticas (sic) y bajo ese título voy tratando todos los temas desde el evangelio, como hacía con mis alocuciones, pero claro, no tiene repercusión porque no estoy al frente. Porque acá es muy importante eso. Los políticos dejaron de venir. Antes venían todos a verme. Ahora nadie viene (ríe).

¿Y qué venían a hacer?
Y, a hablar conmigo, a consultarme, a preguntarme...

¿Desde que es obispo emérito?
No, antes. Después ya no vinieron más. Alguno que otro, por mayor amistad si viene. La política los enajena, ¿no? Los que pasaron, ya pasaron. “Usted monseñor, ¿está bien?”, me dicen. Sí, yo no me fui. Sigo acá. Todavía no me morí, digo.

¿Hay gente que usted quisiera recibir y no viene?
Hay gente que no viene, es verdad, y podría venir. O hay gente que antes venía y ahora no viene (ríe). Pero está bien. Es natural. Muchos me dicen que van a venir y les digo que se apuren porque si no van a tener que ir a la Catedral. Me preguntan si es allí donde me voy a mudar y les digo que no, que allí es donde está mi sepultura. 

¿Y cómo se lleva con eso?
Yo tengo otras actividades. Me llaman los obispos para predicar en el clero. Dentro de mis posibilidades voy, porque me canso más que antes. Pero voy a los retiros espirituales que son muy importantes. Así que viajo bastante. Ahora cuando volví de Roma me pesqué casi una neumonía así que estuve en cuarteles de invierno. Sigo trabajando mucho. Intelectualmente sigo muy activo. Si dejo de pensar me muero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario