Tecnologías digitales
Francisco afirmó que internet es un "don de Dios"
El Vaticano reveló el mensaje de Francisco con
motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, en el que
el Sumo Pontífice destacó la importancia de las nuevas tecnologías
digitales pero remarcó la necesidad del contacto humano. "La conexión
tiene que ir acompañada de un verdadero encuentro", expresó
El
papa Francisco elogió las tecnologías digitales y los medios de
comunicación por "ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los
otros", pero advirtió de sus peligros, afirmando que el contacto humano
todavía era necesario y que no se debe vivir "encerrado".
En su
mensaje para la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales a
celebrarse en junio, Francisco expresó que "el desarrollo de los
transportes y de las tecnologías de la comunicación nos acerca,
conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes".
En
ese sentido, consideró que los medios de comunicación "pueden ayudar a
que nos sintamos más cercanos los unos de los otros" e hizo foco en
internet, que en su opinión "puede ofrecer mayores posibilidades de
encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don
de Dios".
Sin embargo, el Papa Francisco advirtió que este nuevo
escenario presenta "aspectos problemáticos", entre ellos el hecho de que
la velocidad con la que se sucede la información supera la "capacidad
de reflexión y de juicio" de las personas, y también que la variedad de
opiniones expresadas en los medios puedan encerrarnos en "una esfera
hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e
ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos".
Y
añadió: "El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el
contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede
terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos
al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de
comunicación social –por tantos motivos–, corren el riesgo de quedar
excluidos".
Según Francisco, no es suficiente "pasar por las
calles digitales" ya que es "necesario que la conexión vaya acompañada
de un verdadero encuentro". Profundizando esa idea, afirmó: "No podemos
vivir solos, encerrados en nosotros mismos".
A continuación, el mensaje completo de Francisco.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy
vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más «pequeño»; por lo
tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los
otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la
comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos
hace interdependientes. Sin embargo, en la humanidad aún quedan
divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global vemos la escandalosa
distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres.
A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la
gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas.
Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención. El
mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza; así
como de conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas,
ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.
En este
mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más
cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de
unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al
compromiso serio por una vida más digna para todos. Comunicar bien nos
ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos. Los muros
que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a
escuchar y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las
diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la
comprensión y el respeto. La cultura del encuentro requiere que estemos
dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. Los
medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente
hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de
desarrollo inauditos. En particular, Internet puede ofrecer mayores
posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo
bueno, es un don de Dios.
Sin embargo, también existen aspectos
problemáticos: la velocidad con la que se suceden las informaciones
supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una
expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones
expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es
posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que sólo
correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados
intereses políticos y económicos. El mundo de la comunicación puede
ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de
conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las
personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a
estos medios de comunicación social –por tantos motivos–, corren el
riesgo de quedar excluidos.
Estos límites son reales, pero no
justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos
recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más
humana que tecnológica. Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a crecer en
humanidad y en comprensión recíproca en el mundo digital? Por ejemplo,
tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto
requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar.
Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de
nosotros: la persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente
tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos
el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar
el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y
como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero también
sabremos apreciar mejor los grandes valores inspirados desde el
cristianismo, por ejemplo, la visión del hombre como persona, el
matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera religiosa y la
esfera política, los principios de solidaridad y subsidiaridad, entre
otros.
Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio
de una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del
Señor, ¿qué significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es
posible, aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente
cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un
escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es
mi prójimo?» (Lc 10,29). La pregunta nos ayuda a entender la
comunicación en términos de proximidad. Podríamos traducirla así: ¿cómo
se manifiesta la «proximidad» en el uso de los medios de comunicación y
en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital? Descubro una
respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una
parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo,
cercano. El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo
del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús
invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi
semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar
significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de
Dios. Me gusta definir este poder de la comunicación como «proximidad».
Cuando
la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a
la manipulación de las personas, nos encontramos ante una agresión
violenta como la que sufrió el hombre apaleado por los bandidos y
abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita y
el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es
mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes
de la purificación ritual. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios
nos condicionen hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo
real.
No basta pasar por las «calles» digitales, es decir
simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya
acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados
en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura.
Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la
verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación no
puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está
llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar
rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas. La
neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien
comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de
referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de
un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a
la red, puede alcanzar las periferias existenciales.
Lo repito a
menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia
enferma de autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las
calles del mundo son el lugar donde la gente vive, donde es accesible
efectiva y afectivamente. Entre estas calles también se encuentran las
digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que
buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el
mensaje cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra» (Hch.
1,8). Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en
el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición
de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar
el umbral del templo y salir al encuentro de todos.
Estamos
llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos.
¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia? La comunicación
contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia; y las
redes sociales son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación
redescubriendo la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo.
También en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia que logre
llevar calor y encender los corazones.
No se ofrece un testimonio
cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de
donarse a los demás «a través de la disponibilidad para responder
pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de
búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana» (Benedicto
XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las Comunicaciones
Sociales, 2013).
Pensemos en el episodio de los discípulos de
Emaús. Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las
mujeres de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus
esperanzas, y poder ofrecerles el Evangelio, es decir Jesucristo, Dios
hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos del pecado y de la
muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a la vida,
sensibilidad espiritual. Dialogar significa estar convencidos de que el
otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus
propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y
tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas.
Que
la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre
apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que
nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno
para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos
especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien
encontramos herido en el camino. No tengan miedo de hacerse ciudadanos
del mundo digital. El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo
de la comunicación son importantes para dialogar con el hombre de hoy y
llevarlo al encuentro con Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino
sabe ponerse en camino con todos. En este contexto, la revolución de los
medios de comunicación y de la información constituye un desafío grande
y apasionante que requiere energías renovadas y una imaginación nueva
para transmitir a los demás la belleza de Dios.
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